“Para mí, lo más emocionante de la ciencia es que trata de encontrar la verdad, no de confirmarla” – Neil deGrasse Tyson.
Esta semana coincidieron tres eventos que, cada uno desde un ángulo distinto, hablan de comunicación: celebramos el Día Mundial de la Ciencia, una tormenta solar severa afectó satélites y señales en todo el planeta, y además comenzó el período culturalmente conocido como Mercurio Retrógrado, ese momento del calendario en el que muchos asocian fallos tecnológicos a los movimientos aparentes de un planeta. Una combinación de hechos, definitivamente, muy inspiradora para quién les escribe.

Auroras en el Sudeste Australiano.
Independientemente de las interpretaciones culturales o simbólicas, lo cierto es que estos días han sido un recordatorio perfecto de cómo detrás de cada mensaje, llamada o pantalla que tocamos, está la química como base silenciosa que lo sostiene todo: desde el impulso eléctrico en tu cerebro hasta los iones que hacen funcionar la batería de tu celular, pasando por los materiales que permiten que internet exista.
A continuación, te cuento qué ocurre realmente cuando te comunicas y los procesos invisibles detrás de esas pequeñas grandes catástrofes tecnológicas.
Todo empieza en tu interior.
Cada mensaje que envías nace como una reacción química que desencadena un impulso eléctrico y te lleva a escribir. Ese gesto de tocar la pantalla activa el circuito del dispositivo, que convierte la presión de tus dedos en señales electrónicas gracias al silicio dopado, uno de los materiales clave en la fabricación de chips y sensores.

Silicio dopado tipo P (B) genera huecos positivos y tipo N (P/Sb) aporta electrones. Su combinación permite dirigir la corriente en los dispositivos electrónicos.
El silicio es naturalmente un semiconductor, pero su conductividad es baja y poco controlable. Por eso se “dopa”, es decir, se le añaden trazas de elementos como fósforo, antimonio o boro, que modifican el movimiento de los electrones dentro del material. Este proceso modifica la cantidad de electrones disponibles o de «huecos», creando regiones tipo P y N. Esa estructura permite dirigir el flujo de corriente con precisión, haciendo posible que los chips procesen información, que la pantalla responda al tacto y que tu mensaje inicie su recorrido.
La causa oculta: la batería de litio.
El corazón químico de tu teléfono es la batería de iones de litio, un sistema donde los iones viajan entre dos electrodos para generar energía. Mientras esa reacción se mantiene estable, todo fluye. En medio de estos electrodos hay un electrolito, una mezcla de solventes orgánicos y sales de litio que actúa como “carretera” para el movimiento de iones.
Durante los primeros ciclos de uso, este electrolito reacciona ligeramente en el ánodo y forma una película muy fina llamada SEI (Solid Electrolyte Interphase). Esta capa deja pasar iones pero bloquea electrones, lo que estabiliza toda la batería y evita reacciones indeseadas.
Con el calor, el desgaste o un uso inadecuado, el electrolito se degrada y la SEI puede engrosarse, fracturarse o evolucionar de forma incontrolada, lo cual contribuye a la degradación progresiva de la batería. Cuando eso ocurre, los iones ya no se mueven con eficiencia y la reacción interna pierde estabilidad. El resultado: sobrecalentamientos, bajadas bruscas en el porcentaje de la batería, lentitud y apagados inesperados.
Las consecuencias: los fallos que solemos atribuir a “malos días tecnológicos”.
Cuando los procesos internos se alteran (o cuando las condiciones externas afectan los materiales) surgen algunos de los fallos tecnológicos más comunes:
*Conectores oxidados –> carga o sonido irregular.
*Chips dañados por calor –> lentitud, bloqueos y apps congeladas.
*Interferencias electromagnéticas –> mensajes que no se envían.
*Paneles de cristal líquido afectados –> toques fantasma y pantallas inestables.
Todos tiene una explicación física y química, es decir, no son los planetas ni nada paranormal, son los materiales y reacciones que sostienen tu dispositivo.
Cuando la «tormenta» sí es real: actividad solar extrema.
Estos días se registró una tormenta geomagnética severa (G4 con picos G5) provocada por dos eyecciones de masa coronal que se fusionaron, es decir, una tormenta solar caníbal. El impacto alteró temporalmente sistemas GPS, comunicaciones aéreas y navegación satelital, y generó auroras en lugares inusuales, desde países como España y Reino Unido, estados como el de Arizona, Colorado, Texas y Florida en Estados Unidos hasta el Sudeste de Australia (allí llamadas auroras australes).
Una tormenta así envía plasma altamente ionizado hacia la Tierra, un gas tan caliente que sus átomos se separan en partículas cargadas muy sensibles a los campos magnéticos, aumentando la carga eléctrica en la ionosfera y alterando la forma en que viajan las ondas de radio. A partir de ese cambio, uno de los mecanismos por los que una tormenta geomagnética puede desestabilizar satélites, redes eléctricas y sistemas de comunicación es la variación abrupta en la densidad de electrones y las corrientes inducidas en la ionosfera.
Al mismo tiempo, mientras estos efectos físicos se miden con precisión, ocurre algo muy interesante: muchas personas reportan un cansancio inusual, irritabilidad, insomnio o incluso una sensación de “energía extraña” durante días de tormentas solares intensas. A pesar de que se sabe que la atmósfera nos protege de estas partículas, y no hay evidencia sólida de que afecten directamente la salud humana, este tipo de eventos tienden a convertirse (al igual que Mercurio Retrógrado) en una forma de explicar días que se sienten inestables o emocionalmente densos. Tenemos así como ciencia y percepción colectiva conviven aquí más de lo que parece.
La química detrás de internet: tu mensaje convertido en luz.
Cuando pulsas “enviar”, tu dispositivo convierte la información en pulsos de luz que viajan por cables de fibra óptica fabricados con vidrio químicamente modificado para reducir la atenuación. Dentro de la fibra, la luz avanza gracias a la reflexión total interna, que mantiene el haz confinado en el núcleo y evita pérdidas por escape. A lo largo del recorrido pasa por repetidores que convierten esa luz en señales eléctricas, la amplifican y la vuelven a transformar en luz para seguir viajando miles de kilómetros.

La palabra «láser» es un acrónimo en inglés de «Light Amplification by Stimulated Emission of Radiation» (Amplificación de Luz por Emisión Estimulada de Radiación).
Esa luz no aparece de la nada: nace gracias a una reacción físico-química fundamental conocida como Emisión Estimulada, el principio que hace posible el láser. Cuando un átomo en estado excitado recibe un fotón cuya energía coincide exactamente con la diferencia entre su estado elevado y su estado normal, libera otro fotón idéntico. Esa reacción en cadena genera un rayo de luz coherente (fotones alineados y sincronizados) capaz de transportar datos con gran estabilidad y velocidad.
Y aquí esta la clave: la inmensa mayoría del tráfico mundial de internet viaja por cables de fibra óptica que funcionan gracias a la luz láser, no a corriente eléctrica. Esa luz lleva la información codificada en pulsos muy precisos que pueden recorrer miles de kilómetros sin perderse. Para que esto sea posible, tenemos que en este sistema intervienen:
*Láseres, que generan pulsos de luz que transportan datos.
*Semiconductores dopados, que modulan y traducen las señales.
*Revestimientos químicos, que protegen la fibra.
*Materiales ópticos, que guían la luz evitando pérdidas.
Gracias a esta combinación de química, óptica y electrónica, el mensaje enviado desde tu celular puede cruzar continentes en milésimas de segundo.
Ciencia, símbolos y la búsqueda de patrones.
Aún considerando todo lo anterior, se tiene como en ciertos períodos parece que se acumulan más quejas sobre malestares físicos y fallos tecnológicos. La ciencia lo explica por desgaste, saturación o condiciones ambientales, pero es natural que muchos busquen un relato que, de alguna forma, ordene el caos. Por eso, conceptos como Mercurio Retrógrado o tormentas solares intensas que afectan nuestro estado de ánimo, se puede decir que funcionan como metáforas culturales para explicar días en los que todo parece fallar a la vez.
Y es que esta sensibilidad hacia el cielo viene de lejos: durante siglos, astronomía y astrología estaban muy unidas, siendo la frontera entre ambas difusa durante gran parte de la historia. Quizás por eso, incluso en una era hiperconectada y llena de información como la actual, seguimos intentando dar sentido a lo que nos supera: necesitamos entender lo que ocurre más allá de lo visible.

Claudio Ptolomeo, célebre astrónomo, astrólogo, químico, geógrafo, teórico musical y matemático alejandrino de ascendencia griega. Ejemplo perfecto de lo que les comento aquí.
La ciencia explica como fallan las comunicaciones, pero la experiencia humana busca muchas veces algo más profundo. Es ahí donde se nos recuerda, que por muy avanzada que sea la tecnología, todavía existen fenómenos y sensaciones, que escapan a explicaciones puramente racionales. Y aunque la verdadera magia ocurra dentro de cada dispositivo, esa mezcla de precisión científica y misterio es parte de la forma en que, como civilización, hemos navegado el mundo.
Y hasta aquí el post místico-tecnológico del día de hoy. Ojalá lo hayas disfrutado tanto como yo al escribirlo. Como siempre digo, gracias por estar ahí, y… ¡hasta la próxima!

