«El precio de la grandeza es la responsabilidad» – Winston Churchill.
Seguimos en Asia, y hoy vuelvo a escribir después de encontrar un tiempito entre viajes y distintos compromisos. No fue fácil comenzar esta nota, ya que hay temas que me afectan más de lo que quisiera. Aún así sentí que era necesario hacerlo. Esta vez vamos a un lugar muy especial para mí: Hong Kong.
Mi fascinación con esta ciudad nació de niña, cuando vi un documental sobre la distópica Kowloon, aquella estructura casi imposible, un bloque vivo y caótico donde miles de personas habitaban un laberinto vertical sin cielo, sin fronteras claras ni leyes. A su lado estaba el legendario aeropuerto de Kai Tak, famoso por esos aterrizajes surrealistas en los que los aviones parecían rozar los edificios antes de tocar tierra. Imágenes que, una vez vistas, se quedaron conmigo para siempre.

Una escena que solía ser cotidiana. Como me hubiera gustado aterrizar allí en un Concorde y yo misma hacer fotos así. Un lujo. Fotografía de Daryl Chapman.
Años después, cuando fui por primera vez (y ya ni la antigua Kowloon ni Kai Tak existían) de todas formas pude confirmar que hay algo en esa ciudad que me atrapa, más allá de lo que pueda explicar. Y quizás por esto, lo ocurrido allí la semana pasada me impactó tanto. Aunque es evidente la magnitud del desastre, lo viví como algo tremendamente cercano.
Tras informarme y revisar todo lo que ha ido saliendo a la luz, sentí que valía la pena dejar constancia de lo sucedido, no solo como registro, sino también para documentar causas y posibles lecciones que se pueden sacar de todo lo ocurrido. A continuación, haré un repaso de lo más importante acerca del gran incendio que tuvo lugar la semana pasada en Hong Kong, su relación con la química, por supuesto, y un homenaje a las víctimas y a todos aquellos héroes que con su extraordinaria valentía marcaron la diferencia. Sigue leyendo